He visto lo que no quiero, lo que no debo. He conocido mis reacciones en cada una de las ocasiones, me he quedado con la rabia en el estómago, en las vísceras. He gritado en silencio hasta el cansancio buscando justicia quizá... no, buscando elevar la voz de mi gente.
He sentido el dolor de mi pueblo cuando las autoridades les quitan la quietud todos los días, con violencia mi patria despavorida en la lucha contra quienes no debiesen tener la culpa. La impotencia de ser oprimidos por ser los débiles del cuento, pero más fuerte cantamos pues nuestras voces se acoplan y exigen al unísono Libertad.
Ancianos gastan sus últimos días esperando a un doctor -que permanece bebiendo café con sus intelectuales colegas- mueren en la desilusión que el estado regala, mientras sus familias les esperan con desayuno en casa. Resignación.
Hermosas las que luchan, con el cabello al viento, gritando lo que piensan -pues porque piensan- en estos tiempos, abrazando los árboles para no ser derribadas por los efectos de la agresión. Resistiendo con los ojos nublados, vomitando la molestia, concentradas en volver a sí.
Comienzan las piernas, a mandarse a sí mismas, corriendo de una máquina, corriendo del sistema.
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